viernes, 27 de abril de 2012

EL INFIERNO ROJIBLANCO

"A lo loco se vive mejor" reza un cántico en San Mamés, convertido en la noche de ayer en un infierno rojiblanco, un abismo para el Sporting de Portugal, el cielo para el Athletic, llevado en volandas por una afición volcada con el conjunto bilbaino, que se encuentra a solo un partido de alcanzar la gloria.

La jornada, emocionante, tensa, histórica y especial, muy especial, comenzó desde primera hora de la mañana. Los balcones de la villa, también los de toda Bizkaia, y de muchos puntos del país, rojos y blancos, dieron buena cuenta de la importancia de la cita.





La gente no tardó en contagiarse, Bilbao tampoco, que recibió con los brazos abiertos a los miles y miles de aficionados rojiblancos. También a los portugueses. Una fiesta dentro y fuera del campo, donde no se registraron incidentes y ambas hinchadas convivieron de manera festiva.



Bufandas al viento, mosaico en la grada para recibir a los 22 protagonistas. San Mamés estaba listo, preparado para soñar. Lo terminó haciendo, por todo lo grande y como merecen las gestas deportivas, en los minutos finales. La bota derecha de Fernando Llorente alcanzó el centro de Ibai para colarse en la meta defendida por Rui Patricio. Corazones parados, almas en vilo. Balón al palo. Tensión, nervios. Gol. Historia. Un momento de silencio previo a un tremendo estruendo. El 3-1, un bálsamo para la grada, sufridora a más no poder hasta ese instante, llenó La Catedral de lágrimas. Llantos alegres, de emoción, mezclados con abrazos espontáneos, entre desconocidos unidos por un único sentimiento: el Athletic.

El Infierno Rojiblanco
La agonía de los instantes finales, seis minutos eternos, los que transcurrieron entre el tanto del delantero rojiblanco y el pitido final del árbitro inglés Martin Atkinson se vivieron de manera especial en las gradas. También en los aledaños de San Mamés, en los bares, en las casas.



El silencio solo se apoderó del templo rojiblanco con el tanto del Sporting de Portugal, un jarro de agua fría que se convirtió en tibia a los pocos minutos gracias a Ibai. La segunda parte, llena de sufrimiento obtuvo su recompensa al final. La gesta está hecha, merece la pena vivir a lo loco. A las órdenes de Marcelo Bielsa, conductor de una plantilla que está a punto de alcanzar la gloria. Bucarest es la última estación.

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